Este hombre que descansa en la escalinata de calle Irarrazaval, en Castro, Chiloé, ignora en su demencia que está pobreando su dignidad en los malos vientos de la discriminación. Cada día lo encontramos caminando sus dias sin memoria, va y regresa desde Castro a Chonchi, día y noche perseguido por sus miedos se aparece por Tarahuin y Natrí, lagos entre bosques que se extinguen. Va y viene huyendo de fantasmas que aparecieron el día cuando el terremoto que en Chiloé nadie olvida, lo dejó encerrado en los miedos de su infancia. Sus ropas se vuelven harapos por causa de enredarse en las zarzas, ahora descansan sus endurecidos zapatos de caminar inviernos y veranos sin mirar paisajes, subir y bajar cuestas, manso y resignado, sin comprender soporta bocinazos e insultos de los apurados e intolerantes automovilistas de este Chiloé moderno y egoista. Camina agachado, sin mirar el cielo, incesantemente yendo y viniendo para que nunca más los dragones del miedo invisible lo encuentren encerrado en un cuarto cuando los temblores anuncien el fin de la Tierra. Es un hombre libre pero en su alma cavó mucho y hondo el miedo.
No sé su nombre, pero conozco su rostro desde los que tenía 7 u 8 años; hoy tengo 33 y vivo en Santiago hace 6 años. No recuerdo cuando fue la última vez que lo vi. Recuerdo que era común encontrarlo por distintas comunas y caminos de Chiloé, siempre descalzo. ¿Aún realiza las mismas travecías o simplemente desapareció? Para mí es todo un misterio su vida.
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