El
capitán del ejército argentino Pedro Viñas Ibarra inspecciona los obreros
detenidos en La Anita antes de comenzar con los fusilamientos.
Por Luis Mancilla Pérez
En América se conocen otras rebeliones obreras pero
ninguna de la dimensión y características que alcanzó la huelga de los
trabajadores de las estancias de la Patagonia Argentina en 1921. Hubo en Chile,
en 1907, trabajadores salitreros que marcharon por el desierto pidiendo mejoras
salariales y en la plaza de un puerto salitrero fueron encerrados y el ejército
de Chile comenzó su matanza. En 1919, los chilotes obreros de los frigoríficos,
se tomaron el pueblo de Puerto Natales incendiando la oficina y almacén de la
empresa naviera, industrial y ganadera Braun y Blanchard. Pero en la Patagonia
Argentina nunca había sucedido nada, los dueños de las estancias ganaderas
continuaban cancelando sueldos miserables. Los trabajadores, en su mayoría
chilotes, trabajaban doce y más horas al día. No descansaban sábados ni
domingos, y se les cancelaba sus sueldos con fichas salario que únicamente se
podían cambiar en los almacenes de las estancias o con cheques que se
convertían en papeles sin valor cuando ningún banco, propiedad de los mismos
estancieros, quería cambiar.
Todo empezó
cuando los obreros se cansaron de dormir amontonados en camarotes teniendo como
colchón y frazadas cueros de ovejas, se aburrieron que de sus escasos salarios
les descontaran las velas, y los almuerzos fueran la carne de los corderos
encontrados muertos en el campo; querían tener un día para descansar y lavar su
ropa; y en los dormitorios tener un lavatorio y agua para el aseo personal y
que el botiquín de primeros auxilios tuviera las instrucciones en castellano y
no en inglés; y comenzó la primera gran rebelión obrera en la Patagonia
Argentina.
Algunos de los
obreros sublevados eran italianos, otros habían llegado de Alemania, muchos
eran españoles, muy pocos eran argentinos pero la gran mayoría eran chilotes
que abandonaron las estancias, y se reunieron en grupos que cabalgaron por esas
planicies desoladas pidiendo dignidad y mejores condiciones de vida. Nunca
asaltaron estancias, ni saquearon almacenes ni atacaron pueblos como decía la
prensa de la época. Ni eran bandoleros que por Aysén invadirían Chile como
dijeron los estancieros y publicaron los periódicos en Chile. Era una multitud
de gente pobre que desde Europa llegó huyendo del hambre, y desde Chiloé escapó
de la cesantía. Los estancieros le dijeron al gobierno argentino que una
rebelión desolaba la Patagonia, y el gobierno mandó al ejército.
En noviembre de
1921, en Río Gallegos desembarcó un batallón del ejército argentino comandado
por el teniente coronel Héctor Benigno Varela, que dividió su tropa en tres
destacamentos y comenzó la matanza. El 12 de noviembre en la estancia El Cifre
fue fusilado el chilote Roberto Triviño Cárcamo. El capitán Pedro Viñas Ibarra
con treinta soldados fusiló obreros en Punta Alta, en Cancha Carrera, en
Fuentes de Koyle, en el Perro, y en otras estancias. Varela con otro
destacamento de treinta soldados fusila a los obreros que se rindieron en Paso Ibáñez,
y el escuadrón del capitán Elbio Anaya fusila obreros en Bellavista, Cañadón León
y otros lugares del centro del territorio de Santa Cruz; después Varela se va a
Puerto Deseado y en ferrocarril viaja a combatir contra los obreros chilotes
liderados por Facón Grande, pero en Tehuelches es derrotado, y los obreros con
el remordimiento de no haber enfrentado a la gendarmería sino que al invencible
ejército argentino, se rinden y Varela los fusila por decenas.
El 8 de diciembre
los chilotes que ocupaban la estancia La Anita se rindieron sin disparar un
tiro, y los soldados del ejército argentino los obligaron a cavar sus tumbas,
pararse en la orilla, y los fusilan amontonando los cadáveres unos sobre otros.
Tumbas que cubrían los obreros sobrevivientes elegidos por los dueños de las
estancias para continuar con la temporada de esquila. En el paredón de la
Piedra Grande de La Anita se cree fueron fusilados más de un centenar de
obreros chilotes.
Todos los líderes
de esta rebelión obrera, de una u otra manera, estuvieron relacionados con
Chiloé. José Acciardi que con el también italiano José Fontes lideró las
cuadrillas de obreros que iniciaron la primera rebelión obrera en enero de 1921,
se escapó a Chiloé y aquí formó familia y falleció en 1963. Antonio Soto, a
quien todos consideran el líder de esta rebelión obrera, estuvo casado con una
chilota de la isla de Quinchao, y fueron chilotes quienes le ayudaron a escapar
de la muerte en La Anita. José Luis Descoubieres Mansilla, que nació en
Quinchao, lideró los obreros en la zona de Santa Cruz. José Font, “Facón
Grande”, líder de los huelguistas de la zona de Puerto Deseado, tuvo como
lugarteniente al chilote Antonio “El Negro” Leiva. Esto no era casualidad los
chilotes recorrían la Patagonia a lo ancho y a lo largo buscando trabajo.
La mayoría de los fusilados en esta rebelión que el
ocho de diciembre se conmemora en La Estancia La Anita, y en Chiloé nadie
recuerda, no cabe duda eran chilotes. Chilotes por haber nacido en Chiloé, y no
por la carga racista, discriminatoria y despectiva que en la Patagonia le
otorgaron a ese gentilicio. Chilotes, con toda la dignidad y el orgullo de
haber nacido en Chiloé. Esos chilotes fueron las victimas olvidadas de esa
matanza.
Se cumplen 94 años de esas matanzas de obreros de
estancias en la Patagonia Argentina. Son 94 años los transcurridos desde que
esos obreros chilotes fueron fusilados y enterrados en tumbas masivas por pedir
un mejor salario, un paquete de velas a cuenta del patrón, un día de descanso
no trabajar más de diez horas. No se sabe la cantidad de obreros fusilados. La
FORA, Federación Obrera Argentina afirmaba fueron dos mil, el Congreso
argentino dijo fueron 1500 cuando solicitó una investigación de estas matanzas;
600 a calculado Osvaldo Bayer según dice en el libro que denunció estos
fusilamientos masivos, centenares de obreros dijo la FOM, apenas un centenar de
“chilotes” afirmó despectivamente el general Elbio Anaya en una conferencia en
el Instituto Militar argentino, y él sabía de estos fusilamientos porque
comandó un escuadrón cuando era capitán y acompañado por la Liga Patriótica
Argentina fusiló chilotes en Bellavista, en Cañadón León y otros lugares. Han
transcurrido 94 años y en Chiloé, el país de esos fusilados, nadie dice nada.
No se realizan ceremonias de recordación, ni se erige un modesto monumento que
recuerde a esos chilotes que a comienzos del siglo veinte emigraron hasta la
Patagonia Argentina para en esos lugares lejanos encontrar la muerte. Una
muerte miserable, mezquina, repleta de olvido.
Obreros
de la columna liderada por José
Font “Facón Grande” que se rindieron en la estación Tehuelches del ferrocarril
de Puerto deseado, esperan el comienzo de los fusilamientos. En el extremo
derecho algunos estancieros esperan la decisión de los militares argentinos.