Al viajar en lancha, de noche, en verano, por los canales de Chiloé podemos contemplar el hermoso paisaje nocturno que muestra el cielo austral. Lo primero que llama la atención a quien se atreve a contemplar el cielo nocturno; es la Vía Láctea, “El Camino de Santiago”, al decir de los ancianos. En la oscuridad de la noche cruza todo el cielo despejado.
En la noche La Cruz del Sur se distingue claramente con sus cuatro estrellas alumbradoras, guía de navegantes. En su pie inferior se puede hallar una de las zonas más negras del firmamento, “El Saco de Carbón”, una de las nebulosas oscuras más grandes y densas que se pueden distinguir a simple vista. Junto a su estrella más brillante esta El joyero, un racimo de estrellas que cuando las observamos con anteojos de larga vista vemos tiene varias estrellas de colores contrastados. Las constelaciones que veían nuestros antepasados tenían nombres de cosas propias de su entorno cotidiano: el Corral de Ovejas era Pegaso, al amanecer aparecía la Gallina con Pollos, también estaba La Carreta. Ordenaban las estrellas para ver en los cielos las herramientas y animales de su vida diaria. En cada anochecer estaba el Lucero; el planeta Venus, que anuncia el buen tiempo.
Casi a medianoche, en el cenit, aparecen “Las tres Marías”, el cinturón de Orión. Tres estrellas, en línea, brillando en el cielo austral desde diciembre hasta abril. En extremos opuestos de la constelación de Orión están las brillantes Betelgeuse y Rigel. En sus cercanías comienza la constelación de Erídanus, un río de estrellas que termina en la brillante Achenar, estrella cercana al Polo Sur Celeste y que sirvió de guía a los astronautas de las naves Apolo en sus viajes a la Luna. Al norte de Orión, en el horizonte del cielo nocturno, está Tauro con su gigante Aldebarán, cerca están Las Pléyades; las Siete Hermanas, un hermoso conjunto de estrellas visible a simple vista pero que si usamos prismáticos podremos ver un hermoso racimo de estrellas.
Cercanas al Polo Sur Celeste se vislumbran las Nubes de Magallanes, la grande y la pequeña, dos galaxias irregulares, las más cercanas a la Vía Láctea. Es el cielo nocturno y de la inmensidad de sus secretos algo sabían nuestros abuelos: Para describir la lentitud de los días de invierno decían; “de San Juan a Santiago, hay la zancada de un gallo”, significando con ello que entre los equinoccios hay un tiempo corto.
En la oscuridad de la noche podremos observar estrellas fugaces que veloces surcan el cielo, aquellas de los deseos secretos. Son pequeños meteoros, un grano de polvo cósmico que cruza la atmósfera. En Chile no existe la cultura de disfrutar, ni se enseña, la observación del paisaje de nuestro cielo nocturno. En los pocos días de cielo despejado nadie nos ha enseñado ha ver las maravillas y riquezas que posee el cielo austral. Para aprovechar en plenitud de sus paisajes debemos alejarnos de las grandes ciudades, y en el espacio abierto del campo, sobre una colina, jugar a adivinar las siluetas de las constelaciones, reconocer las estrellas más brillantes, maravillarnos de la inmensidad del cosmos.
En la noche La Cruz del Sur se distingue claramente con sus cuatro estrellas alumbradoras, guía de navegantes. En su pie inferior se puede hallar una de las zonas más negras del firmamento, “El Saco de Carbón”, una de las nebulosas oscuras más grandes y densas que se pueden distinguir a simple vista. Junto a su estrella más brillante esta El joyero, un racimo de estrellas que cuando las observamos con anteojos de larga vista vemos tiene varias estrellas de colores contrastados. Las constelaciones que veían nuestros antepasados tenían nombres de cosas propias de su entorno cotidiano: el Corral de Ovejas era Pegaso, al amanecer aparecía la Gallina con Pollos, también estaba La Carreta. Ordenaban las estrellas para ver en los cielos las herramientas y animales de su vida diaria. En cada anochecer estaba el Lucero; el planeta Venus, que anuncia el buen tiempo.
Casi a medianoche, en el cenit, aparecen “Las tres Marías”, el cinturón de Orión. Tres estrellas, en línea, brillando en el cielo austral desde diciembre hasta abril. En extremos opuestos de la constelación de Orión están las brillantes Betelgeuse y Rigel. En sus cercanías comienza la constelación de Erídanus, un río de estrellas que termina en la brillante Achenar, estrella cercana al Polo Sur Celeste y que sirvió de guía a los astronautas de las naves Apolo en sus viajes a la Luna. Al norte de Orión, en el horizonte del cielo nocturno, está Tauro con su gigante Aldebarán, cerca están Las Pléyades; las Siete Hermanas, un hermoso conjunto de estrellas visible a simple vista pero que si usamos prismáticos podremos ver un hermoso racimo de estrellas.
Cercanas al Polo Sur Celeste se vislumbran las Nubes de Magallanes, la grande y la pequeña, dos galaxias irregulares, las más cercanas a la Vía Láctea. Es el cielo nocturno y de la inmensidad de sus secretos algo sabían nuestros abuelos: Para describir la lentitud de los días de invierno decían; “de San Juan a Santiago, hay la zancada de un gallo”, significando con ello que entre los equinoccios hay un tiempo corto.
En la oscuridad de la noche podremos observar estrellas fugaces que veloces surcan el cielo, aquellas de los deseos secretos. Son pequeños meteoros, un grano de polvo cósmico que cruza la atmósfera. En Chile no existe la cultura de disfrutar, ni se enseña, la observación del paisaje de nuestro cielo nocturno. En los pocos días de cielo despejado nadie nos ha enseñado ha ver las maravillas y riquezas que posee el cielo austral. Para aprovechar en plenitud de sus paisajes debemos alejarnos de las grandes ciudades, y en el espacio abierto del campo, sobre una colina, jugar a adivinar las siluetas de las constelaciones, reconocer las estrellas más brillantes, maravillarnos de la inmensidad del cosmos.
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