Permanecen durante días o semanas en la vitrina de un negocio mirando la gente pasar, y a veces detenerse a verlas, sacar una fotografía y continuar su vida sin darse cuenta que ellas allí permanecen esperando conquistar la amistad de alguna niña de pocos años para ser la compañera de juegos imaginarios, o despertar la imaginación de alguna joven que busca algo original para adornar su dormitorio o pieza de estudio. Puede alguna señora, dueña de casa, se detenga frente a la vitrina para ser capturada por esa sonrisa de juguete para dejarla adornar la cocina y quedarse entre la sal, el azúcar, la yerba mate, el comino y otros condimentos.

Calle Blanco, mayo 2009.
sábado, 25 de abril de 2009
LAS MUÑECAS DE CALLE BLANCO
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TEUPA


Fotografía tomada en Enero de 2009.
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ARBOLEDAS Y CERCOS


Fotografías tomadas en el sector La Estancia. Febrero 2009.
lunes, 13 de abril de 2009
UNA SEMANA NO MUY SANTA


Sin previo aviso aparecieron los enfaldados soldados romanos de hojota y casco de bombero dando de azotes a un cristo inmutable al dolor de tanto castigo. Cristo que no era otro que Moroco Canales que vivía en calle San Martín casi al llegar al Tejar. Si embargo antes Herodes había sentenciado a muerte a los inocentes por culpa de unos reyes mágicos que sin ilación alguna aparecieron en este cuento antes que Cristo montado en el carretonero caballo del flaco Carozzi apareciera entrando a Jerusalén que estaba subiendo tres escalones a la derecha de un pasillo de la vieja escuela. El coro entonaba el hosanna, luego aparecía el Vía Crucis, y los llantos de las ancianas, si Moroco Cristo era igualito al verdadero y sufría tanto como si en verdad estuviera en el Vía Crucis.
El momento culmine fue la crucifixión cuando en la cruz tendida en el suelo de tierra el Moroco Cristo era obligado a tenderse sobre los maderos, y los malvados soldados romanos simulaban con pesados martillos golpear enormes clavos que se introducían en sus manos para alegría del hipócrita de Caifas y su corte de repudiables sacerdotes judíos que no eran otros que los pichangueros mocosos de la Ramírez, de la San Martín y de Punta de Chonos que obligados por la tradición familiar asistían al catecismo de su Primera comunión o estaban a un paso de aceptar la confirmación.

Ahí destacándose en la noche apenas iluminada por las antorchas que sostenían los implacables soldados romanos, tres cruces, Cristo y los dos ladrones que con él fueron crucificados en el monte del Calvario. Era el momento más solemne de la semana santa. Cuando Moroco, en su mejor papel de cristo crucificado, en el momento mas esperado, con palabras lastimeras debía preguntar al cielo: “¿Padre, por qué me has abandonado…?
La cruz comenzó a balancearse, y asustado por esa perdida de equilibrio, Moroco inseguro de no poder soportar una migaja de todo el sufrimiento de Cristo gritó a los cuatro vientos:
¡Sujétenme Ch… de su M…!
Y de una plumada terminó con la santidad de esa semana.
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