Equipo de fútbol de esquiladores chilotes de ls Estancia Primera Argentina.
Tierra del Fuego, década del 40. Fotografía incluida en el libro Chiloé, Historias de Viajeros.
A un costado de la cancha aquellos que no estaban mirando el partido jugaban a la taba con un hueso de la rodilla de un animal vacuno. Era un juego prohibido en la Argentina pero en las estancias todos lo jugaban apostando a los mejores tiros.
El partido de fútbol que hasta hoy recuerda don “Cochemaña”; José Manuel Barrientos, fue uno del final de la esquila del año 1942 cuando con apuesta incluida se enfrentaron los equipos de la Maria Behety y de la estancia Primera Argentina. “Esa vez llevábamos de reserva a Wenceslao Cheuque de este lado de Calen pa`arriba que pateaba torcido pero este bruto podía matar un cordero de un cañonazo, la dificultad era que si apuntaba a la derecha su tiro se iba pa`la izquierda. Tiraba parriba le salía pabajo. No había modo de hacerlo entender”.
Tierra del Fuego, década del 40. Fotografía incluida en el libro Chiloé, Historias de Viajeros.
“Ese domingo entramos “persinandonos” y cuidando de no pisar la cancha con el pie izquierdo. El partido era parejo, aunque ellos tenían un argentino muy, muy bueno y cachañero que mentaban que casi jugó por el “River Plato”, un equipo muy famoso en la Argentina; pero nos turnábamos para repartirle leña. Uno le salía primero y si a ese lo pasaba salía el otro y lo remataba. El árbitro era un administrador inglés de la Behety así que en algo nos ayudaba. El cero a cero seguía en el segundo tiempo cuando Erasmo Montiel, de este lado de Lliuco quedó con una mano levantada, agachado y tieso en la media cancha, le había dado un ataque de ciática, cansado de tanto pelucar corderos. Ahí entró Wenceslao Cheuque que anduvo corriendo como desaforado de un lado para el otro sin agarrar una pelota; hasta que cuando casi finalizaba el partido el árbitro cobra un tiro libre a un costado del área grande, y como yo era el capitán del equipo dije que lo dejáramos patear a Cheuque; “el orejas de ratón”, le decíamos. Le acomodé la pelota y le dije apuntale por alto al palo derecho del arquero. Retrocedió como diez metros para tomar carrera y sacó un chute arrastrado, al lado izquierdo del arquero que quedó parado mirando como la pelota rompía la red, y ganamos doscientos pesos argentinos para esa noche, bien trajeados irnos de parranda a Río Grande, a bailar música de discos de vitrola en una casa de remolienda con puras niñas italianas bailamos. Eran lindas las italianas”.
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