¿De
dónde llegaron las grosellas…? ¿La trajeron los españoles cuando con la espada,
el idioma, los caballos, el cerdo y las ovejas andaban conquistando estos
territorios y desde entonces fue arbusto creciendo a orillas de los papales o a
la sombra de ciruelos y manzanos al final del huerto? Con el enigma de su
origen a cuesta, soportando lluvias y aleteos de zorzales fueron creciendo las
matas de grosellas.
Aquí en el sur las grosellas más
comunes en nuestros huertos parece ser una especie hibridada del grosellero
espinoso o uva espina (Rives uva - crispa) una variedad de las silvestres Rubes
rubrina europeas. En este archipiélago las grosellas crecen bajo un sol
mezquino y muy pocas llegan a ser rojas, lo común es un verde traslucido de
tantas gotas de lluvias que resbalan por sus redondas mejillas. Pero el enigma
de los sabores que este fruto guarda se descifran en las empanadas repletas de
grosellas verdes, duras, acidas, antes de madurar. Grosellas picadas en cuatro
partes y encerradas con azúcar en la cárcel de la masa que en el horno de la
estufa a leña el calor apresa en almíbar la acidez de la grosella derrotada.
Probar en el desayuno una empanada de grosellas, es lo más cerca de estar del
paraíso en las mañanas de los días húmedos de este diciembre que parece un
tenebroso agosto de un invierno escrito con lluvias torrenciales y ventarrones
inesperados que desmejoran el ánimo y nos encierran en casa.
Pero
el mundo cambia cuando disfrutamos la acidez azucarada de una empanada de
grosellas, con una humeante taza de negro y amargoso café de grano ahogado por
el agua caliente en una bolsa que contiene un pequeño oscuro mar repleto de
perfumes contradictorios, entonces, el color gris de la mañana se vuelve verde
oscuro de grosellas madurando en una colina abierta a los paisajes que muestra
un horizonte de islas en su lejanía.
¿De dónde llegaron las
grosellas…? ¿Quién las trajo hasta los huertos a crecer custodiando lechugas y
repollos?; En los recuerdos de mi infancia también están las matas de grosellas
que crecían en el patio de la casa en un pueblo donde el tiempo se medía por
los días que demoraban los barcos en regresar con su carga de emigrantes. En
sus calles no había pavimento y las veredas estaban limitadas por cercos de
tablas o estacas de ciprés y canaletas de maderas que al mar llevaban el agua
que caía del cielo hecho goterones de lluvias torrenciales.
Recuerdo
mis años de estudiante. Todo el pueblo dormía salvo nosotros que cada mañana caminado
al colegio, cruzábamos calles hechas de silencios y zorzales. Mis hermanos y yo
íbamos serios y apurados llevando los cuadernos y libros de lectura bajo el
brazo, encerrados en una bolsa plástica para protegerlos de la lluvia. El
bolsón era cosa de ricachones. Repasábamos mentalmente las materias
preparándonos por si teníamos la mala suerte de en esa mañana ser los elegidos
para la interrogación de cada día. Con nosotros iba el recuerdo de los sabores
encontrados en el desayuno que en la mesa de la cocina, sobre un mantel de
flores dibujadas en el plástico, encontrábamos preparado por nuestra madre como
si aquello fuera un deber religioso de cada amanecer cuando tras las colinas
había desaparecido el cielo oscuro con su rio de estrellas, la Vía Láctea, el
camino de Santiago le llamaba el abuelo, y así también mi madre que nos servía
rebanadas de pan cubiertas por una trasparente escarcha de mermelada de
grosellas, el gusto de ese pan es un recuerdo que dura toda la vida. El pan
hecho en casa, las empanadas y su acidez redonda, el dulce perfume de las
mermeladas de grosellas, solo unas manos privilegiadas podían haberlas
preparado, destilaban, ternura, calor, aroma.
Los
alimentos hechos en casa es un placer que muy pocos disfrutan en este mundo
telemático; disfrutarlos es comparable al atardecer, - después de haber
trabajado todo el día- , caminar por una solitaria playa pedregosa seducido por
la posibilidad incierta de descubrir algún misterio que el mar esconde. Estas
palabras, que muchos consideraran pensamientos disgregados, cobran sentido
cuando miramos mas allá de nuestras costumbres cotidianas, y nos vemos en un
supermercado eligiendo un pan hecho para todos, y ninguno, que se amontona en
los estantes como pescados en un mostrador de feria o cuando cada mañana nos
engañamos con una mermelada de artificiales sabores construidos con
saborizantes y edulcorantes escuchando sin ver las malas noticias que difunde
la televisión que cuelga de la pared de la cocina living comedor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario