viernes, 12 de octubre de 2007

CUANDO EL GALLEGO SOTO APARECIÓ EN CASTRO


Creo debió ser a mediados de abril del año 22 cuando Antonio Soto Canalejo escapando de la muerte en los malos días de la huelga grande en Río Gallegos se embarcó en Punta Arenas para viajar a Valparaíso. Era un día de sol cansado cuando el Tarapacá recaló en Castro y estuvo tres días cargando tablones de ciprés, alerce y coigue apellinado que las goletas traían desde la cordillera. En el muelle un centenar de chilotes esperaba embarcarse para emigrar a las salitreras porque en el sur, en la Patagonia aquellos que regresaban con el miedo pegado a los ojos hablaban de matanzas y cárcel. Antonio Soto, un gallego hablador, se aburría en cubierta mirando ese pueblo de una sola calle que subía una colina. Calle que después de mediodía se aletargaba de pájaros. Aburrido del mismo paisaje decidió bajar a recorrer el pueblo de esos chilotes que conoció analfabetos, sumisos, sin carácter pero trabajadores hasta decir basta, ansiosos de ganar dinero porque en su tierra no había trabajo y regresar a comprar un campo, una yunta de bueyes, criar algunos animales para sobrevivir después de haber dejado hasta el alma en esas estancias de mucho trabajo y escaso sueldo.

En un bote llegó hasta el desembarcadero, vio un grupo de indios chonques viviendo en sus chalupones mientras venden luche, cochayuyo, sartas de cholgas y chiguas de pescado seco amarrados con voqui. Recorrió la estación y en calle Lillo vio almacenes repletos de chilotes comprando azúcar, harina, tabaco y yerba mate para llevar a sus islas. Llegó a una plaza con enormes árboles y un pequeño kiosco rodeado de malezas. Caminó hasta ver un río que se perdía en la espesura. Regresa cabizbajo soñando los paisajes de su Galicia natal que le recordaron esos chilotes de rostro blanco y boina negra, esas mujeres de rebozo negro y pañuelo de colores amarrados a la cabeza. Bajaba por calle Blanco mirando los enormes caserones de grandes puertas acogedoras y ventanas conteniendo nubes, casas de ricos, se dijo para sus adentros, cuando desde la vereda de enfrente escuchó un ¡Don Antonio… Hombre, que hace por estos lados!. No le costó mucho reconocer al chilote Guenuman, patizambo y moreno, con su pantalón de huiñe y una carga de tejuelas sobre el hombro. Un abrazo de fraternal saludo y la conversación siguió toda la tarde en el bar de don Chilo. Entre copa y copa fueron apareciendo nombres de fantasmas, hombres que por pedir no dormir en los galpones de esquila, descansar en piezas ventiladas y desinfectadas cada ocho días, un lavatorio, agua abundante y botiquín. Un paquete de velas al mes. La tarde del sábado para lavar la ropa. No descontar del sueldo el colchón y la cama; dejar de trabajar a la intemperie en días de lluvias o fuerte ventarrón, y por pedir la libertad de los dirigentes presos fueron perseguidos y fusilados el mismo año cuando Irigoyen era Presidente y abolía la pena de muerte en Argentina.
Ya era oscuro cuando habló de la unión de los proletarios y justicia para el obrero; a un grupo de isleños que habían bajado de sus lanchas a beber un vino de olvidos y buenas alegrías, y a todos se le apareció la muerte y más de alguno supo entonces porque su hermano o su primo o su padre no regresó desde la Patagonia ni escribió una carta de escasas letras. Esas cartas que se hacían por encargo, y siempre traen huellas de felicidad y paisajes de abundancia. La marca del hombre fue dejando sus huellas. Los formaban, quitaban sus pertenecías y sin pedir sus nombres fusilaron a centenares de chilotes: eran los Rogel, los Cuyul, los Naín y Raipillan, decía Antonio Soto con su acento gallego y hablaba de un Lázaro Cárdenas, un Oscar Mancilla, un Roberto Triviño Cárcamo, de García, Bahamondes, Oyarzún que viajaron a buscar fortuna y se encontraron con la muerte más cobarde. Antonio Soto, gallego de dura estirpe, recordó ese día que en Corrales Viejos, en Punta Alta, en la estancia Anita vio la traición y escapó para Puerto Natales mientras allí se quedaban, porfiados a enfrentar las tropas del Teniente Coronel Varela; Facón Grande y el Chilote Otey, ese que de puro orgullo por que alguien lo trató de apatronado y le lanzó a la cara un despectivo; ¡Chilote, tenía que ser!, se quedó a enfrentar la muerte. Esta historia mejor la cuenta Coloane y mas vale aquí no repetirla.
Ya era oscuro y con la tristeza que corroe el alma y la pena por recordar amigos muertos, se despidió de los chilotes y se alejó para irse a Valparaíso. En el muelle ya no quedaban emigrantes, arropados con ponchos y frazadas de lana dormían en cubierta. En los años que Antonio Soto vivió en Valparaíso se casa con Amanda Souper y después se traslada a Iquique.
La vida tiene sus vueltas y suele a veces repetir la historia. Años después empujado por nadie sabe que desamparo, fantasma o remordimiento, regresa a Puerto Natales donde instala un cine que bautiza: “Libertad”; y en 1938 se casa con Dorotea Cárdenas una chilota de Quinchao, con quien tendrá una hija, Isabel Soto, y con su nueva familia se traslada a Punta Arenas donde falleció a los 65 años, el once de mayo de 1963. En 1997 la Central de Trabajadores Argentinos conmemoró los cien años de su nacimiento y recién los argentinos supieron del fusilamientos de cientos de obreros en las estancias patagónicas. En El Ferrol, su pueblo natal en España, una calle lleva su nombre. Pero en Chiloé muy pocos saben que a principios del siglo veinte los chilotes en la Patagonia valían menos que un cordero.
Hoy cuando en Chile los trabajadores y sus organizaciones sindicales ven, cada vez más disminuidos sus derechos laborales; y el poder del empresariado con la complicidad de los politicos aprueban leyes que desfavorecen o disminuyen los sueldos y las reivindicaciones sociales; es este texto un rescate de la historia de las luchas obreras y un modesto homenaje a los obreros chilotes que fueron cobardemente asesinados durante las huelgas patagónicas de 1921.

4 comentarios:

El autor dijo...

Estimado, muy bueno su trabajo.

Estoy comenzando un trabajo sobre Antonio Soto y me gustaría contactarme con usted para hacerle algunas consultas.
Si me puede escribir... se lo voy a agradecer.
Desde Buenos Aires le dejo todos mis saludos.
Un abrazo.

Federico Randazzo
federicorandazzo@gmail.com

José L. Alonso Marchante dijo...

Estimado Luis:

Llevo a cabo una investigación sobre la Patagonia y me gustaría hacerle una consulta sobre alguna de las fotografías que aparecen en sus artículos.

Me llamo José L. Alonso y mi dirección es proyectopat@hotmail.com

Gracias por su atención y enhorabuena por sus artículos.

José L. Alonso Marchante dijo...

Estimado Luis Mancilla:

Enhorabuena por sus artículos sobre historia de los chilotes. Llevo a cabo en la actualidad un trabajo sobre la Patagonia y me gustaría consultarle sobre el origen de un par de fotografías que aparecen publicadas en sus artículos.
Me llamo José L. Alonso y mi mail es proyectopat@hotmail.com.
Gracias por su atención.

Andres dijo...

Estimado Luis
Me interesaría poder tener su libro "Los Chilotes de la Patagonia Rebelde" en nuestra pequeña librería en Punta Arenas.

Le ruego me contacte a través de mi correo electrónico: fernandezkusanovci@gmail.com o bien al 09 71443577

Cordiales saludos
Andrés Fernández