domingo, 28 de octubre de 2007

LA CIUDAD QUE NO QUEREMOS VER



Nadie conoce la ciudad que habita si no sale a recorrer sus calles, mirar lo poco que queda de su antigua arquitectura, disfrutar los paisajes, apoderarse de sus secretos. Aquel que desconoce su entorno, en cierto modo no se acepta a si mismo. Quien se niegue a ver a los otros, los que sobreviven en la ciudad de todos los días, significa que sufre la peor de las cegueras. No es capaz de ver a aquellos que cada mañana revuelven los desechos y en la basura buscan alimentar su miseria. El espejismo de todos los días consiste en pensar que habitamos la ciudad perfecta. Nuestra cultura de consumo nos ha convencido que mientras yo busque la felicidad no me deben importar las dificultades de los otros.

Entonces podemos preguntarnos: ¿Es más ciego aquel que no quiere ver los indigentes que pueblan la ciudad, o aquel que no quiere darse cuenta de las desigualdades del sistema económico que gobierna nuestras relaciones sociales?. Seré feliz cuando tenga una casa, un buen trabajo, compre un auto, me vista a la moda, pueda viajar en tiempo de vacaciones. Lo triste es que podemos llegar al final de nuestra vida frustrados de nunca haber conseguido los ideales de una sociedad de consumo. Mientras intentamos alcanzar los ideales egoístas de la economía de libre mercado no vemos a nuestro alrededor la miseria de todos los días.


La caridad y compasión con que apaciguamos nuestra conciencia no sanaran al enfermo alcohólico que vive en la indigencia y que cada día en la calle nos pide una moneda. El deseo de ser dueños de casas, autos, televisores nos quita la sensibilidad social, nos enceguece y no somos capaces de ver a los jornaleros de la Plazoleta que antes fuera la Feria de calle Magallanes; dueños de una cesantía que desvaloriza sus vidas, aquellos que desean olvidar la rutina de todos los días en la caja de vino o en la botella de grapa. No son un espejismo aquellos que beben y después duermen su borrachera en el mirador de calle Ramírez. Triste espectáculo que a diario ven los turistas extranjeros que salen del Hotel Unicornio a conocer una ciudad que cada día muestra las miserias de un país cuyos niveles, económicos y tecnológicos, lo ubican entre los más ricos de Latinoamérica. Pero el mundo de los desposeídos y el mundo de los que todo lo poseen siguen conviviendo en una sociedad que permanece impasible ante las injusticias más intolerables.

Durante el verano la “vagancia” llega desde el continente al campamento “Wendy” cercano al tranque o duerme en las tumbas vacías del Cementerio Católico. Se disfraza de malabaristas, mimos y payasos que en el tiempo que demora el semáforo en cambiar de luz te piden la moneda que necesitan para que el alcohol o el pito de marihuana le den alas a su imaginación para buscar una felicidad artificial que se niegan a encontrar en los problemas de nuestra realidad cotidiana. Otros esperan fuera de los supermercados para pedir la moneda, también están aquellos que “regalan” estampas de santos, medallas, calendarios de bolsillo, florcitas de papel, varillas de incienso, a cambio de una donación voluntaria que nunca puede ser menos de quinientos pesos.


El espacio urbano que habitamos ha cambiado. Las calles ya no son un lugar de encuentros agradables donde se podía conversar con el vecino, el antiguo compañero de curso, el amigo de la infancia para rememorar vivencias sin que importe el tiempo. Detenerse a conversar con alguien significa ser interrumpido por quienes descaradamente, con una actitud fronteriza a la delincuencia, te piden un cigarro o cien pesos para comprar cerveza o una caja del vino más barato que beberán en la calle, y en la calle dormirán su borrachera. No existe ley que los sancione ni vergüenza que los detenga. La dignidad, no es un valor humano, es una palabra desconocida. Son parte de una generación que vive el sinsentido de una libertad enfrentada a la negación y a la nada.


Antes el mendigo era dueño de una honradez y decencia hoy desconocidos, parecía vivir con el miedo a perder su dignidad en la constante desvalorización de su forma de vida. Se avergonzaba de su miseria, vestía ropa limpia y tenía hábitos de aseo. No pedía de lástima una moneda, pedía trabajo. Picar leña, limpiar el patio de la casa, sacar el pasto de la vereda, descargar un camión de leña. Se sabía útil, nunca bebía en la calle, era cliente asiduo de algún bar donde muchas veces le fiaban “la caña” de todos los días. Sabía compartir con otros en una conversación alegre, y era el hincha más fanático de algún club del fútbol local. El mendigo de hoy es hipócrita, y pide más y más, queriendo obtener el mayor beneficio sin el menor esfuerzo. Sobredimensiona su frustración y soledad en el beber hasta perder toda dignidad; mientras nosotros observadores impasibles los vemos como parte del paisaje de las calles de la ciudad de todos los días.

jueves, 25 de octubre de 2007

EL BORDEMAR


El habitante de Chiloé siempre vivió entre el campo y el mar. En el borde marino se instalaron los pueblos, sus palafitos, la capilla, los mercados. Entre mar y monte, enmarañada selva, crecían los pueblos con su escuela, caserones, bodegas de guardar papas, los bares de la despedida y los encuentros, y su camino que llegaba un poco selva adentro. A orillas del mar los botes, sin ceremonias, secaban sus cuerpos.

Hoy los niños de esos pueblos de teléfonos celulares, televisión y tarjeta de crédito, autos, camiones y salmoneras ocultan su “morenidad”, y callan sus deseos de lo que han de ser cuando adultos. Después, más en confianza, hablando bajito confiesan sus sueños: bailar en la tele, tener un auto, ir a Maiami, tener un teléfono que saque fotos, ser el hombre araña, irme lejos. A nadie le interesa quedarse en estos pueblos solitarios siendo empleados de las salmoneras, emborrachándose los fines de semana. Se llaman Yesennia Huenuman, Cristofer Maimae, Maicol Huichacoy, Jennifer Guala, porque así se llama el cantante que admiran sus padres, el actor o la actriz de la teleserie que siempre recuerdan olvidando a sus abuelos bautizados hace ya mucho tiempo con esos nombres añejos: Liborio, Rudecindo, Zacarías, Natanael, Ernesto, Adolfo, Oscar, Abel; nombres encontrados en el baúl de los calendarios y almanaques de buscar la forma de la Luna para iniciar la siembra o el día de ir al mar a buscar pescados y mariscos.

LA TUMBA DEL PIRATA


A fines del siglo XIX pasaban muchos barcos por Chiloé, eran los que no naufragaban en los laberintos de la Patagonia Insular. Iban llevando madera, guano, jamones, oro. Venían trayendo carbón piedra para los ferrocarriles de North un inglés que compró a precio de lástima las salitreras. Esos barcos naufragaban cuando el carbón encerrado en sus bodegas iniciaba una combustión espontánea. Veleros y goletas isleñas llevaban estacas, tablones y durmientes de ciprés para las salitreras del desierto de Atacama y su ferrocarril que recorría oficinas llevando obreros. Barcos balleneros recalaban en Ancud y de casualidad en Castro.

Charles Richard de Darmouth, Desvonshire, debió ser oficial en alguno de esos barcos ingleses que de casualidad aparecían por Chiloé, murió en Castro en septiembre de 1888, a los treinta y tres años, por alguna de las tantas fiebres con que en esos años se disfrazaba la muerte.

Hoy gente piadosa cuida su tumba, le lleva flores, es una anímita, alguien que nadie nunca conoció. Para la gente de Castro es la tumba del pirata que nunca fue pirata.

CEMENTERIO CATOLICO DE CASTRO


Se ubica a los pies de una colina que por siglos ha conservado su nombre huilliche: Millantuy. Para algunos esta toponimia da rastro de haber sido un lugar sagrado. Un lugar de ceremonias ancestrales. “Milla” dicen significa oro, y “Antu” es sol. Un luminoso sol de oro huilliche era el lugar donde se ubica el cementerio católico de Castro donde están las tumbas de los Alarcón, Pérez, Subiabre, Cárcamos, García, Velásquez, Ballesteros, Barría; los apellidos que en herencia dejaron los conquistadores que llegaron al sur del sur donde la Tierra se rompió en pedazos.

TUMBA BARRIA OVALLE

Esta sepultura construida en la década del sesenta, durante años recreó en su interior un dormitorio con dos camas que eran el sepulcro del matrimonio Barría – Ovalle, camas con frazadas, en el suelo choapinos que la humedad del clima fueron envejeciendo, veladores de madera, lámparas, en un mueble una antigua radio a tubos, cortinas, en las paredes cuadros con fotografías, del techo colgaba una ampolleta sin electricidad que otorgara luz a ese dormitorio que en un cementerio permitía hacer sentir que los difuntos continuaban su sueño eterno en el mismo dormitorio del que fuera su hogar terrenal.


sábado, 20 de octubre de 2007

INDIOS PIELES ROJAS EN CHILOÉ


Fue en Castro, un sábado de octubre del 2007 cuando a la salida de la Feria Campesina escuchamos una música de otras latitudes y otro tiempo, un viento de condores andinos bajando desde cumbres nevadas. Era un día de primavera, como son las primaveras australes, días de viento y lloviznadas; como es la primavera del sur, mezcla de soles que hacen madurar los brotes de los árboles florecidos, vientos que traen chubascos y atardeceres tranquilos.

En la plazoleta del Mercado en Castro un grupo de indios pieles rojas entregaban a un escaso público su música ancestral. Al fondo se ve cerro Tenten donde los indios huilliches de Chiloé se salvaron en los tiempos del diluvio universal, según el mitológico relato de la lucha entre Tenten y Caicai que dio origen a estos mundos insulares hasta donde llegaron estos indios pieles rojas con sus flautas, tambores y música andina.

Pero aquellos que parecían ser indios pieles rojas escapados de alguna película de vaqueros. Esas viejas películas que quedaron como recuerdos de nuestra infancia; esos indios que nos hicieron creer que eran salvajes, inhumanos que perseguían al atlético jovencito yanqui que cabalgaba a todo galope por extensas pampas de cardos y pedregales para salvar su vida y la vida de su novia, ingenua belleza de rubias trenzas, que lleva al anca de su caballo, galopa que galopa, esquivando cactus, lanzas y flechas de esos salvajes que no tienen alma ni merecen vivir en este mundo. Pero estos Indios Pieles Rojas que a la salida del Mercado Municipal de Castro echaban al viento una música de otras latitudes eran indios ecuatorianos, indios de alguna región andina del Ecuador, parte y vida de nuestra América morena.

Indios ecuatorianos vestidos como indios Sioux, Comanches, Navajos o cualquier otra tribu del cine norteamericano, en Castro Chiloé entregan a un escaso público su música ancestral. Este es un claro ejemplo del efecto globalizador de los medios de comunicación. Nada ni nadie puede negar que la globalización y la influencia de los medios de comunicación transforman las tradiciones, y de ellas hacen una amalgama y confusión de identidades culturales en esta morenidad de nuestra a América perdiéndose de ser.

jueves, 18 de octubre de 2007

EL BUQUE DE ARTE


Los habitantes del sector costero de la isla grande recomiendan no cantar, en las noches, a orillas del mar; “porque a quien hace esto lo lacean los marinos del Caleuche…”; y como los náufragos, cuyos cuerpos nunca ha devuelto el mar, se convierten en tripulantes del buque de arte. Al completar un año de estar desaparecidos tienen permiso para durante una noche visitar a sus padres y familiares.

Estos marineros que a su hogar regresan por una noche, no aceptan comida, ni bebida alguna, casi no hablan. Parecen muertos vivientes que cuando saludan se toca una mano fría como si no tuviera sangre. Al momento de irse en la mesa de los almuerzos dejan una pequeña bolsa repleta de monedas de oro o plata, anillos y collares. Se cree es el pago que han recibido después de firmar su contrato como marineros del Caleuche, contrato que dura cien años.

viernes, 12 de octubre de 2007

PERSEGUIDO POR LA INVISIBLE SERPIENTE DEL MIEDO



Este hombre que descansa en la escalinata de calle Irarrazaval, en Castro, Chiloé, ignora en su demencia que está pobreando su dignidad en los malos vientos de la discriminación. Cada día lo encontramos caminando sus dias sin memoria, va y regresa desde Castro a Chonchi, día y noche perseguido por sus miedos se aparece por Tarahuin y Natrí, lagos entre bosques que se extinguen. Va y viene huyendo de fantasmas que aparecieron el día cuando el terremoto que en Chiloé nadie olvida, lo dejó encerrado en los miedos de su infancia. Sus ropas se vuelven harapos por causa de enredarse en las zarzas, ahora descansan sus endurecidos zapatos de caminar inviernos y veranos sin mirar paisajes, subir y bajar cuestas, manso y resignado, sin comprender soporta bocinazos e insultos de los apurados e intolerantes automovilistas de este Chiloé moderno y egoista. Camina agachado, sin mirar el cielo, incesantemente yendo y viniendo para que nunca más los dragones del miedo invisible lo encuentren encerrado en un cuarto cuando los temblores anuncien el fin de la Tierra. Es un hombre libre pero en su alma cavó mucho y hondo el miedo.

CUANDO EL GALLEGO SOTO APARECIÓ EN CASTRO


Creo debió ser a mediados de abril del año 22 cuando Antonio Soto Canalejo escapando de la muerte en los malos días de la huelga grande en Río Gallegos se embarcó en Punta Arenas para viajar a Valparaíso. Era un día de sol cansado cuando el Tarapacá recaló en Castro y estuvo tres días cargando tablones de ciprés, alerce y coigue apellinado que las goletas traían desde la cordillera. En el muelle un centenar de chilotes esperaba embarcarse para emigrar a las salitreras porque en el sur, en la Patagonia aquellos que regresaban con el miedo pegado a los ojos hablaban de matanzas y cárcel. Antonio Soto, un gallego hablador, se aburría en cubierta mirando ese pueblo de una sola calle que subía una colina. Calle que después de mediodía se aletargaba de pájaros. Aburrido del mismo paisaje decidió bajar a recorrer el pueblo de esos chilotes que conoció analfabetos, sumisos, sin carácter pero trabajadores hasta decir basta, ansiosos de ganar dinero porque en su tierra no había trabajo y regresar a comprar un campo, una yunta de bueyes, criar algunos animales para sobrevivir después de haber dejado hasta el alma en esas estancias de mucho trabajo y escaso sueldo.

En un bote llegó hasta el desembarcadero, vio un grupo de indios chonques viviendo en sus chalupones mientras venden luche, cochayuyo, sartas de cholgas y chiguas de pescado seco amarrados con voqui. Recorrió la estación y en calle Lillo vio almacenes repletos de chilotes comprando azúcar, harina, tabaco y yerba mate para llevar a sus islas. Llegó a una plaza con enormes árboles y un pequeño kiosco rodeado de malezas. Caminó hasta ver un río que se perdía en la espesura. Regresa cabizbajo soñando los paisajes de su Galicia natal que le recordaron esos chilotes de rostro blanco y boina negra, esas mujeres de rebozo negro y pañuelo de colores amarrados a la cabeza. Bajaba por calle Blanco mirando los enormes caserones de grandes puertas acogedoras y ventanas conteniendo nubes, casas de ricos, se dijo para sus adentros, cuando desde la vereda de enfrente escuchó un ¡Don Antonio… Hombre, que hace por estos lados!. No le costó mucho reconocer al chilote Guenuman, patizambo y moreno, con su pantalón de huiñe y una carga de tejuelas sobre el hombro. Un abrazo de fraternal saludo y la conversación siguió toda la tarde en el bar de don Chilo. Entre copa y copa fueron apareciendo nombres de fantasmas, hombres que por pedir no dormir en los galpones de esquila, descansar en piezas ventiladas y desinfectadas cada ocho días, un lavatorio, agua abundante y botiquín. Un paquete de velas al mes. La tarde del sábado para lavar la ropa. No descontar del sueldo el colchón y la cama; dejar de trabajar a la intemperie en días de lluvias o fuerte ventarrón, y por pedir la libertad de los dirigentes presos fueron perseguidos y fusilados el mismo año cuando Irigoyen era Presidente y abolía la pena de muerte en Argentina.
Ya era oscuro cuando habló de la unión de los proletarios y justicia para el obrero; a un grupo de isleños que habían bajado de sus lanchas a beber un vino de olvidos y buenas alegrías, y a todos se le apareció la muerte y más de alguno supo entonces porque su hermano o su primo o su padre no regresó desde la Patagonia ni escribió una carta de escasas letras. Esas cartas que se hacían por encargo, y siempre traen huellas de felicidad y paisajes de abundancia. La marca del hombre fue dejando sus huellas. Los formaban, quitaban sus pertenecías y sin pedir sus nombres fusilaron a centenares de chilotes: eran los Rogel, los Cuyul, los Naín y Raipillan, decía Antonio Soto con su acento gallego y hablaba de un Lázaro Cárdenas, un Oscar Mancilla, un Roberto Triviño Cárcamo, de García, Bahamondes, Oyarzún que viajaron a buscar fortuna y se encontraron con la muerte más cobarde. Antonio Soto, gallego de dura estirpe, recordó ese día que en Corrales Viejos, en Punta Alta, en la estancia Anita vio la traición y escapó para Puerto Natales mientras allí se quedaban, porfiados a enfrentar las tropas del Teniente Coronel Varela; Facón Grande y el Chilote Otey, ese que de puro orgullo por que alguien lo trató de apatronado y le lanzó a la cara un despectivo; ¡Chilote, tenía que ser!, se quedó a enfrentar la muerte. Esta historia mejor la cuenta Coloane y mas vale aquí no repetirla.
Ya era oscuro y con la tristeza que corroe el alma y la pena por recordar amigos muertos, se despidió de los chilotes y se alejó para irse a Valparaíso. En el muelle ya no quedaban emigrantes, arropados con ponchos y frazadas de lana dormían en cubierta. En los años que Antonio Soto vivió en Valparaíso se casa con Amanda Souper y después se traslada a Iquique.
La vida tiene sus vueltas y suele a veces repetir la historia. Años después empujado por nadie sabe que desamparo, fantasma o remordimiento, regresa a Puerto Natales donde instala un cine que bautiza: “Libertad”; y en 1938 se casa con Dorotea Cárdenas una chilota de Quinchao, con quien tendrá una hija, Isabel Soto, y con su nueva familia se traslada a Punta Arenas donde falleció a los 65 años, el once de mayo de 1963. En 1997 la Central de Trabajadores Argentinos conmemoró los cien años de su nacimiento y recién los argentinos supieron del fusilamientos de cientos de obreros en las estancias patagónicas. En El Ferrol, su pueblo natal en España, una calle lleva su nombre. Pero en Chiloé muy pocos saben que a principios del siglo veinte los chilotes en la Patagonia valían menos que un cordero.
Hoy cuando en Chile los trabajadores y sus organizaciones sindicales ven, cada vez más disminuidos sus derechos laborales; y el poder del empresariado con la complicidad de los politicos aprueban leyes que desfavorecen o disminuyen los sueldos y las reivindicaciones sociales; es este texto un rescate de la historia de las luchas obreras y un modesto homenaje a los obreros chilotes que fueron cobardemente asesinados durante las huelgas patagónicas de 1921.

domingo, 7 de octubre de 2007

HUILLICHES DE CHILOÉ

HUILLICHES DE CHILOÉ


Los Panichini, Rain, Chiguay, en Cucao trabajaban en las faenas de los lavaderos de oro; a orillas del océano en los días de bajamar amontonaban arena aurífera que después con una paciencia de horas en soledad paleaban contra una tabla cubierta con un latón impregnado con mercurio. Otros orillaban el océano buscando el cochayuyo que secaban a campo libre, y enrollaban en atados de color café claro y construían paquetes que como ladrillos de un castillo amontonaban en atados de cochayuyos amarrados con boqui equilibrándose en el lomo de un pequeño caballo chilote de pelaje largo y ojos de mirar reposado. Los Huichacoy, Levicoy, Antiñanco desde Coldita, Laitec, estero Paildad en sus lanchones veleros enrumbaban hacia los fiordos y canales de los insulares laberintos patagónicos en épocas de parición de focas y lobos marinos por cuyas pieles los cazaban sin remordimientos. Algunos llevaban aguardiente y otras mercaderías para cambiar por pieles a los indios alacalufes, a estos llamaban indios chonques, ellos los huilliches que en su tierra eran despreciados en esos territorios despreciaban a los otros indios que habitaban esas soledades, o simplemente los mataban para robar las pieles de lobos, focas, coipos y nutrias que después vendían en Castro o en Ancud. Los Antiñanco, Levitureo, Calbucura en los días sin viento remaban hasta las Guaitecas a buscar el ciprés, las sartas de cholgas secas, el pescado oreado que vendían en el mercado de la playa, en Castro. Los Remolcoy, Guala, Marihueico de Quenac, Caguach, Tenaún, Quemchi, Quicavi cruzaban las traicioneras corrientes del golfo de Ancud hasta la costa de enfrente a buscar el alerce cordillerano, la estopa de taponear los cascos de los veleros chilotes, y en Ayacara, Cochamó, Reloncaví; algunos se entusiasmaban subiendo cerros cordilleranos, y empezaban a buscar la Ciudad de los Césares; las estancias del otro lado de la Cordillera de los Andes donde ganaban dinero capando corderos, esquilado ovejas, amansando caballos, arreando animales por las extendidas pampas de la Patagonia Argentina.

Entonces los Millatureo, Tureuna, Calbuyahue viendo tanto territorio libre caminaban Patagonia abajo por solitarias pampas interminables, sin la sombra de un árbol, ni esteros con aves zambullidoras, y un silencio de piedras sin el bullicio de loros alimentándose con el cauchahue de las lumas ni el ruido de las abejas zumbando en los ulmos florecidos. Abriendo senderos como gatos monteses subieron la cordillera, imaginando caminos y siembras en territorios despoblados encontraban el desprecio por su mansedumbre y conformidad a causa de aceptar sin reclamo salarios miserables, es que en la esclavitud nunca nadie les enseñó cuanto valía su trabajo, soportaron la discriminación por el oscuro color de su piel morena; y cuando despertaron a la dignidad y reclamaron por la semiesclavitud en que trabajaban en las estancias, los fusilaron.

Fue entre octubre y diciembre del año 1921 cuando los anarquistas españoles, tan pobres como ignorantes eran los indios huilliches, los convencieron que la dignidad se obtiene luchando contra la injusticia de un mal salario y el desprecio de habitar oscuros galpones mal ventilados, y dormir amontonados en camarotes usando como frazada un calamitoso cuero de oveja. Ese año en la Provincia de Santa Cruz, Argentina, los indios huilliches que desde Chiloé habían llegado a la Patagonia fueron fusilados por centenares. El pequeño ejército del Coronel Héctor Benigno Varela limpiaba de chilotes la Patagonia.

Pero la necesidad es la madre de todas las injusticias, a mediados del siglo veinte los Paillaman, Manel, Nahuelanca, Llancalahuen, regresaron buscando el trabajo que su patria les negaba, y los estancieros Campos, Menéndez, Braun, Blanchard, Montes y otros dueños de bancos, empresas de navegación, frigoríficos y enormes territorios patagónicos, que no eran ni argentinos ni chilenos, eran sus propiedades, necesitaron del obrero indio de Chiloé para construir su riqueza porque en ningún otro lugar del mundo existía gente con tanta fortaleza para soportar los rigores del clima patagónico. El viento inclemente que con cuchillos invisibles destruye el ánimo, las escarchas y nevazones que oscurecen el alma, las tempestades que borran los recuerdos de días de navegar entre las islas y sembrar esperanzas en paisajes sin miedos.

Pero la historia esconde verdades y enseña mentiras; cuando los españoles se aparecieron por estos archipiélagos se apoderaron de los territorios y se repartieron a los indios como quien reparte ganado. Eran “los encomenderos” dueños y señores de cientos de indios tributando con la semiesclavitud de su trabajo en los lavaderos de oro, en la faena de buscar alerce en los cerros cordilleranos, el criar cerdos para entregar el mejor jamón, aserrar tablones y tablas para construir la casa, la iglesia y la goleta; cardar, hilar y tejer la lana para hacer el mejor choapino, la mas calurosa frazada, el más abrigador poncho, trabajar en la miseria de la esclavitud para fundar la prosperidad de la familia del señor encomendero y sus herederos que vivirán en la abundancia y serán, por designio divino, dueños de estos territorios durante generaciones.

Matar indios no es algo esporádico en la historia de estos territorios patagónicos. En 1600 cuando el pirata holandés Baltasar de Cordes se apoderó de Castro, la ultima ciudad española en la cristiandad de los territorios americanos, ayudado por la rebelión de los indios huilliches de Lacuy contra la esclavitud de sus encomenderos. Desde Osorno llega Pérez de Vargas a liberar Chiloé del dominio de los holandeses, y para castigar la osadía de los Levitureo, Llauquen, Nahuelquin, Inaicheo, siempre sumisos y amistosos, ordena despoblar la península de Lacuy, y en Ancud entonces una pampa a orillas del canal de Chacao, reúne a los indios de esos territorios, apresa a más de veinte caciques que encabezaron esa rebelión, los encierra en una choza y para escarmiento y ejemplo de la población indígena, los quema vivos. De esa matanza que ocultan los libros de historia, no quedaron ni los remordimientos. Los indios eran un poco más que animales, en esos tiempos la iglesia católica discutía si los indios tenían alma, y si la tenían, discutían si esa alma era igual o inferior a la del español.

Los mitos son espejos que reflejan los miedos. El Caleuche, ese barco fantasma que navega con sonidos de música y ruidos de fiestas, aparece por estos mares raptando a los tripulantes de las embarcaciones que se cruzan en su navegar, es la reminiscencia de los barcos piratas que se aparecían por estos archipiélagos raptando indios para reforzar su tripulación disminuida y agotada de soportar las penalidades de cruzar el estrecho de Magallanes, y navegar por los fiordos patagónicos. Otro barco, tan fantasmal como el Caleuche, es el Lucerna, un raptador de indios que la leyenda dice que para recorrerlo de proa a popa nos demoramos la vida entera. La vida es un laberinto en el cual la historia se pierde; y las circunstancias que escriben la historia de un país se escriben con herejías que la racionalidad no puede entender, en la irracionalidad de los acontecimientos históricos. Los indios huilliches que cuando vislumbraban una oportunidad se rebelaban contra el dominio español, en las guerras de independencia defendieron y lucharon por la causa del Rey de España. Cuando se quiso hacer de Chile una republica los habitantes de Chiloé lucharon en cien batallas, los soldados del ejército español que luchó en el Chile central eran españoles criollos, españoles mestizos, mestizos españoles e hijos de mestizos formaban en los batallones del ejército español de la Reconquista. Los libros de historia hablan de un ejército español y esconden que esos soldados españoles eran los habitantes de Villarrica, Valdivia, Osorno, Maullín, Carelmapu, Calbuco, Ancud, Castro, Chonchi; y cuando el Chile republicano quiso incorporar a Chiloé los Quilahuilque, Unquén, Huentelican, Paillaman, lucharon para defender la causa del rey de España. El día que desembarcó Freire en Chiloé los huilliches con sus lanzas de luma endurecida a fuego y agua pelearon junto a las milicias de mestizos de Castro, Ancud, Tenaun, Chonchi, y en Mocopulli derrotaron al ejercito chileno, y dos años después de resistir asedios y bloqueos marítimos el ejercito de indios y mestizos, hijos en segunda o tercera generación de españoles e indios huilliches, fue derrotado en las batallas de Pudeto y Bellavista, fueron las ultimas batallas por la liberación de América. Se firmó el tratado de Tantauco, y estos territorios siguieron tan pobres y olvidados como cuando se decía pertenecían a la corona española, y en ese tratado se reconocían como territorios indígenas la región sur de la isla grande; tierras de las que hoy se apoderan nuevos conquistadores, en otra guerra, mas tecnológica que sangrienta, una guerra solapada que ocurre en el silencio cómplice de las oficinas judiciales y la notarias.

sábado, 6 de octubre de 2007

PUEBLOS DE LOS MUERTOS

PUEBLOS DE LOS MUERTOS

Los antiguos cementerios de Chiloé hoy también son invadidos por la modernidad; en ellos aparece el cemento, el latón y el plástico. Estos cementerios que aun son huellas del pasado, manifestaciones concretas del modo como el habitante insular entiende la muerte hoy, al igual que la juventud, perecen invadidos por las contaminaciones culturales foráneas pero quedan rastros de la peculiar forma que el habitante de Chiloé tiene de entender, respetar y venerar la muerte. Las claves de esa oscuridad sicológica son las tumbas, típicas casas de madera, cruces indicadoras de otro mundo, humildes altares, adornos simples, pequeños mausoleos que muestran el sentimiento de permanencia y mantienen el recuerdo de quien dejó este mundo.

CASAS DEL CEMENTERIO DE CUCAO

CASAS DEL CEMENTERIO DE CUCAO

El cementerio de Cucao es un pequeño pueblo de casas construidas con tablas y tejuelas de alerce o ciprés, las maderas más comunes de encontrar en las selvas cercanas. En las estrechas calles de este pueblo silente, senderos cubiertos de pasto, aparecen casas de planchas de latón. Son viviendas pequeñas, con puertas y ventanas. Su construcción algunos la explican como una necesidad que tienen los parientes y amigos del difunto de protegerse de los factores climáticos; la lluvia, el viento, la escarcha, el frio no van a impedir conversar con el muerto, rezar por su alma, rememorar sus recuerdos.

HUILLINCO



Estas casas tienen en su interior un altar, flores de plástico, coronas de papel, y una cruz de madera enterrada encima del túmulo de tierra que es la sepultura de los Chodil, Panichini, Huenchur, Chiguay apellidos de los originarios habitantes de esta región de Chiloé. Bancos de madera adosados a las paredes de las pequeñas casas permiten a los parientes y amigos del difunto rezar el rosario, los aves marías y padrenuestros, protegidos del viento y la lluvia que nubla el horizonte y no permite ver los paisajes de los cielos prometidos que dicen se encuentran más allá de ese océano.

CEMENTERIO DE TEUPA


El particular modo como en Chiloé se entendía la muerte desaparece con la globalización que modifica el aspecto físico de los cementerios. Los años y las inclemencias del clima destruyen estas huellas de tradiciones que desaparecen las elegantes tumbas de antaño hoy son humildes casitas que para los visitantes, turistas llegados desde el continente son curiosidades, un museo al aire libre, huellas antropológicas un viaje hacia lo insólito que se puede recordar con una fotografía. El contenido cultural de estos cementerios se minimiza y desvaloriza frente a las influencias culturales y tecnológicas de esta economía de libre mercado y esta sociedad neoliberal.

ANIMITA EN CUCAO



A orillas del sendero que lleva a los lavaderos de oro, entre la soledad de los cerros de la cordillera de Pirulil y el Océano Pacifico, se ubicaba esta humilde casita de madera que fue, fue porque hoy ya no existe, recuerdo y homenaje al difunto que en ese lugar se encontró con la muerte.

EL BALSEO DE LAS ALMAS


EL BALSEO DE LAS ALMAS

En la Punta de Pirulil, en Cucao, es donde las almas buscan pasar al otro mundo, al otro lado del océano Pacifico, para ello deben subir hasta lo mas alto del acantilado y gritar pidiendo balseo. A este llamado acude un misterioso balsero (Tempilcahue) que en noches oscuras realiza este trabajo. Se cuenta de un extranjero que no creyendo esta tradición; una noche oscura acudió hasta el acantilado de Pirulil a gritar pidiendo balseo. A su llamado acude Tempilcahue, y reconoció que no era el alma de un difunto. Hoy, dicen los lugareños, que en las oscuras noches de tormentas; se puede escuchar entre el ruido del oleaje del océano rompiendo en los roqueríos la voz del alma de este incrédulo que quiso engañar a Tempilcahue, y se quedó rondando por este mundo.

AUCAR, ISLA DE MUERTOS


Una larga pasarela de madera, que los años y las inclemencias climáticas han destruido, unían la isla de Aucar con la costa de Quemchi. Este islote de playa pedregosa es un espacio con una pequeña capilla de madera, una planicie para las procesiones y un cementerio donde las almas navegan.

La pasarela se construyó para que los deudos no tuvieran que esperar las bajas mareas para cruzar a enterrar sus muertos en el cementerio ubicado a un costado de este pequeño islote de playas pedregosas.

Capilla de Aucar adornada con arcos de ramas de avellano el día de la celebración de la fiesta patronal. Las flores y ramas enterradas en la tierra indican el camino que seguira la procesión; la gente del sector llevando las imagenes que se guerdan en la capilla desde tiempos coloniales.

VILLORIOS DE CHILOÉ



En Terao como en todas las capillas de Chiloé frente al templo se ubica la explanada para las procesiones, y la alta cruz, hasta donde se peregrina llevando las imágenes en la procesión del día cuando se celebra al santo patrono de la localidad. A la izquierda el cementerio con su cerco y su pequeño techo de madera que indica la entrada; a la derecha el mar. Los mundos del habitante de esta isla, puerta de entrada a la Patagonia Insular.

En Agoni frente a la capilla el espacio de las procesiones, marcado con pequeñas ramas de avellanos enterradas en la tierra. Este espacio ceremonial después de la fiesta patronal regresa a ser un lugar de este mundo usado para jugar fútbol. En Agoni como en otras capillas de la Isla Grande el cementerio se ubica acerca de la iglesia. Es la triada; cielo – capilla, tierra – cementerio, mar – vida, territorio entregador de alimentos.

Con la incorporación de Chiloé al desarrollo del país en los villorrios se incorpora un nuevo espacio a los tradicionales. Ahora son la iglesia, la escuela y el cementerio como se puede ver en Tey, un villorrio ubicado en un valle cercano a las colinas de Putemun.

viernes, 5 de octubre de 2007

PLAZA DE CASTRO EN 1950

EL CUARTO CENTENARIO


EL CUARTO CENTENARIO

En la fotografía; El Presidente de la República don Eduardo Frei Montalva, el sr. Arturo Antoniz Miranda, Alcalde de Castro en el año 1967, sr. Héctor Pereira Díaz Juez del crimen en esos años, sr. Silvio Pérez Torres, Regidor y también regidor de la Municipalidad de Castro y abogado, sr. Arnoldo Santana Bahamonde.

Una tarde calurosa de febrero del año 67 desde un cielo sin nubes comenzó a caer una lluvia de paracaídas. Eran los días de celebrar el cuarto centenario, y nunca antes sobre los cielos de la ciudad, casi siempre sucios de nubes achubascadas, se vio gente caer desde los cielos.

Para muchos ancianos fue una señal de nuevos trastornos telúricos, y se persignaron asustados. Pero los niños corrieron colina abajo por la calle Portales o la cuesta sucia, corriendo cruzaron un viejo puente de madera, subieron la pedregosa cuesta de Gamboa, apurados, ansiosos para ver de cerquita, y mirar los aviones de los “Cóndores de Plata” que hacen acrobacias en los cielos, encima de la cancha de aviación. Ese mismo largo y plano espacio, rodeado de amarillentos espinillos florecidos, donde se hacen carreras de caballos ahora está lleno de aviones que corren por la cancha de aviación y empujados por un viento de truenos suben al cielo donde se dan vuelta de carnero, vuelan al revés o caen girando cielo abajo como si estuvieran haciendo “wuì” en la ladera de un cerro.

Ese fue un buen año, hasta llegó el Presidente de la República, y en el muelle fue recibido por el Alcalde Arturo Antoniz y la plana mayor de las autoridades del municipio, y la reina de las fiestas centenarias Lucy Stange, y su corte de honor. Todos alegres saludado a la multitud de gente que no podían creer que el Presidente hubiera llegado a Castro; si nunca antes, llegó Presidente alguno cuando la ciudad necesitó la protección del gobierno en los incendios y terremotos; y todos subieron por calle Blanco saludando. El orfeón municipal, con la seriedad y parsimonia propia de un acontecimiento memorable, tocaba canciones alegres.

En la Plaza de Armas el Presidente de la República, las autoridades municipales y la reina con su corte de honor presidieron el desfile de los marinos del destructor Lautaro con su orfeón, los conscriptos del regimiento Sangra con su orfeón, los carabineros con su orfeón, y los bomberos que desfilaron al compás humilde de los abollados instrumentos del orfeón municipal.

En la tarde de un viernes y después un domingo, de ese mismo mes, una multitud repletó el estadio municipal las dos veces que se presentó el Cuadro Verde de Carabineros con sus caballos amaestrados y sus hábiles jinetes que hacían espectaculares acrobacias. Los habitantes de la rural ciudad cuatro veces centenaria no podían salir de su asombro, y creer que en el mundo pudieran acontecer tantas maravillas.

PUEBLOS DE CHILOÉ



PUEBLOS DE CHILOÉ

MAPAS HISTORIA GUIA TURISTICA

JUAN MANCILLA PÉREZ

Una muy bien elaborada guía para viajar conociendo los pueblos de Chiloé, tanto de la Isla Grande como del archipiélago. Un detallado plano de cada pueblo indica la ubicación de los lugares que no se deben dejar de visitar: mercado, iglesia, construcciones típicas, miradores naturales del paisaje insular. Se da una breve historia de cada poblado muchos de ellos fundados hace ya cuatro siglos, se da la fecha de las festividades religiosas, herencias hispánicas de los santos patronos protectores de los poblados isleños. Una muy buena guía para mejor conocer la cultura insular.

Plano de Dalcahue

CHILOÉ PAIS DE MAGIA


El libro de los mitos y leyendas de Chiloé. En una parte están los mitos del agua y la madera con esos seres misteriosos que habitan los bosques o viven en las profundidades de los lagos, o en el fondo del mar. También una zoología fantástica que a perdurado durante siglos en la imaginación de los habitantes de este archipiélago inicio de la Patagonia Insular.

La segunda parte es un análisis racional de las creencias y supersticiones que rigen el vivir cotidiano del habitante de este archipiélago. Para sembrar, podar árboles, capar animales se debe aguardar la forma de la Luna. Los ancianos y enfermos fallecen en las horas de bajamar, el clima se predice por la forma de las nubes, el espesor del viento, el color de las montañas, el canto de los pájaros. Los misterios del pensamiento animista y sus interpretaciones analógicas son los que dan forma a una gran cantidad de creencias. Un libro ameno y sorprendente que alguna vez será reeditado.

HABITANTES DE UN MUNDO INSULAR

HABITANTES DE UN MUNDO INSULAR

Pedro Barriéntos en su Historia de Chiloé, publicada en la década del cuarenta, describió el carácter de los habitantes de este mundo insular como: "Fatalistas y supersticiosos... Creen en brujos y duendes, en apariciones y entierros. Ciertos fenómenos físicos lo anonadan. El grito de las aves nocturnas, los sueños, la presencia de animales marinos, de una rana o de un jote que con las alas abiertas toma el sol sobre la cumbrera de una casa, los hacen discurrir, ora anunciando la buena suerte, ora la desgracia próxima o remota. Pero esto tiene sus explicaciones. El aislamiento en que han vivido durante siglos; la naturaleza exhuberante que los rodea; el clima, los cambios atmosféricos, bruscos y violentos, que se producen repentinamente, etc."

PLAZA DE CASTRO EN 1940



PLAZA DE CASTRO EN 1940

Desde 1912, con la llegada del tren que comunicaba Ancud con Castro, y las localidades intermedias, la población urbana comienza su crecimiento. Hasta 1948, la plaza se apreciaba grande y abierta, dominada por coigües, en cuyo centro se presentaba una pileta y fuente donde nadaban peces de color rojo. Existía también un quiosco de madera, de hermosas formas, donde se desarrollaban los discursos políticos y la banda tocaba todos los domingos. Era el centro de la vida social de la ciudad, cuando el clima lo permitía. Fue en el periodo alcaldicio de Don Rene Tapia, durante 1948, con un gran ímpetu modernista, que los coigües fueron arrancados y remplazados por los actuales tilos, manteniéndose los pinos existentes, junto con la demolición del antiguo quiosco de madera y aparición de la actual concha acústica de hormigón. En el siguiente periodo alcaldicio fue eliminada la pileta, remplazada por el actual obelisco, hecho muy cuestionado por los vecinos de la época, pues este nunca logró reunir a la población como la antigua pileta. Esto junto con la desaparición de numerosos edificios que limitaban a la plaza, tuvo un profundo cambio en su fisonomía.

QUENAC ISLA DE MITOS


Quenac, pueblo ubicado en la isla del mismo nombre en el archipiélago de Quinchao. Un pueblo de casas de madera donde la vida se construye al ritmo de las mareas. Es Quenac una isla del archipiélago interior de Chiloé. Canales y fiordos donde se dice que recala el Buque de Arte, "El Caleuche", llevando mercaderías a los comerciantes que han realizado un pacto. En sus playas de arena y barro, verdosas de lamilla, dicen "La Pincoya" baila anunciando la abundancia o escasez de peces y mariscos. Son algunos de los muchos mitos que ha creado la imaginación del habitante isleño.

CIEN AÑOS DE FUTBOL EN CHILOÉ


CIEN AÑOS DE FUTBOL EN CHILOÉ
LUIS MANCILLA – LUIS MARDONES

Chiloé, su gente y sus tradiciones son parte de estas páginas, los protagonistas de estas historias son jugadores talentosos, héroes desconocidos que representaron a Chiloé en las canchas del sur de Chile. En Chiloé el football apareció cuando los barcos cargaban madera, papas y animales, y mientras descargaban mercaderías, telas, zapatos, azúcar, sus marineros jugaban en una improvisada pampa un partido de fútbol. Las selecciones de los barcos ingleses enfrentándose a los clubes de cada pueblo insular fueron parte de la tradición deportiva de los primeros años del siglo veinte. Entre las historias rescatas aparecen los partidos de fútbol que en el año 1938 enfrentaron a las selecciones de Chiloé con las selecciones de la flota inglesa que tenía su puerto en la Malvinas. El campeonato nacional de fútbol amateur del año 1974, los viajes en barco en las giras a Punta Arenas Los mejores momentos del fútbol de Chiloé son descritos en este libro con abundante material fotográfico.
El siguiente enlacepermite disfrutar la lectura de este libro y admirar las fotografías de antiguos clubes y selecciones del fútbol chilote:

LITERATURA DE CHILOÉ


LITERATURA DE CHILOÉ

BRUJOS Y MACHIS EN LA RECTA PROVINCIA

LUIS ALBERTO MANCILLA

Publicación del año 1994 donde se hace una descripción de la organización creada por los brujos de Chiloé, algunos dicen que es una organización de tipo independentista, aunque no aportan datos concretos que no dejen espacio a la especulación. A fines del siglo XIX en Chiloé se inicio la persecución de los brujos, machis y curanderos que ejercían la medicina en la isla; esto trajo como consecuencia que se descubriera que estas personas estuvieran agrupadas en una organización denominada Recta Provincia. Organización cuyos orígenes se remontan a principios del siglo XVIII. Los cargos que se daban, el temor que sembraban en la población isleña, sus relaciones con los mitos y creencias se resumen en este texto que ha servido de fuente bibliográfica a publicaciones posteriores sobre el mismo tema.