sábado, 17 de noviembre de 2007

LA ISLA DE LOS MUERTOS


En septiembre de 1905, doscientos obreros chilotes se embarcaban en las bodegas del vapor Dalcahue para viajar hasta la desembocadura del Río Baker. Iban a Bajo Pisagua, contratados por la Compañía Explotadora del Baker, para construir senderos, corrales, galpones, barracas y casas en los terrenos que el gobierno de Chile había entregado a esa sociedad ganadera.

El vapor Dalcahue de la empresa de navegación Menéndez Behety, se interna por los laberínticos canales patagónicos. Viaja entre boscosas islas despobladas, esquiva fiordos traicioneros, islotes plagados de cormoranes y patos liles. El ruidoso de trueno de sus motores espanta bandadas de cuervos marinos y gaviotas; centenares de focas y lobos de mar que asustados desde los requeríos se lanzan al mar.

En Bajo Pisagua el vapor desembarca su carga de obreros, herramientas y alimentos. El capataz, un inglés de nombre Williams Norris, ordena la construcción de una casa de administración, corrales, establos, un galpón de guardar los alimentos y las herramientas, y una barraca que será dormitorio y comedor de los peones.

Transcurren los meses derribando a hachazos enormes árboles, abriendo sendas por el espeso bosque, para hacer un camino que esquivando humedales y cerros llegue hasta el limite con Argentina, pasando por el Valle del Baker, y permita a las estancias de la zona del Chubut exportar lana y carne por la costa del Pacifico.

La alimentación a base de carne salada, tocino, arroz, porotos y harina; la falta de verduras y frutas frescas hacen que al tercer mes apareciera en los obreros los primeros síntomas de una extraña enfermedad. Moretones en piernas y brazos, hemorragias que indicaban daños gastrointestinales, sangramiento de encías, mareos, dolores de cabeza y una irritabilidad que hacia que cada día hubiera una o dos peleas a cuchillo entre obreros que pasaban la mayor parte del día acostados en sus literas de madera a causa de los dolores musculares y en las articulaciones. Los obreros de más edad decían que era una enfermedad producida por la sangre corrompida por su espesamiento a causa de consumir tanto alimento salado.

Pasaron los meses, y no llegaba ningún barco trayendo alimentos frescos. Los obreros permanecían en las barracas soportando los intensos fríos australes, los chubascos torrenciales, y las ventoleras intempestivas. El desanimo, y los dolores musculares les impedían continuar abriendo un camino que llegue hasta el límite con Argentina. El escaso alimento consiste en podridas salazones de bacalao, de vez en cuando alguien logra pescar algo, para olvidar esa masa de harina con gorgojos, tortillas mal cocinas entre las brazas de un fogón que permanece encendido día y noche. Las encías se ulceran y sangran, los dientes se caen.

Un día amanecieron muertos siete obreros y para prevenir el contagio de esa extraña peste, los obreros menos enfermos, los sepultaron en una pequeña isla ubicada en el delta del Baker. Nada más pudieron hacer que enterrarlos en ataúdes hechos con tablones de ciprés. Cierta vez fallecieron 28 obreros en un mismo día. A cada uno se le enterró en su tumba, con una cruz de ciprés sin escribir en ella su nombre. Tumbas desconocidas que hasta hoy permanecen en un cementerio de una pequeña isla en el delta del Río Baker, en la región de Aysén.

Por más de ocho meses los sobrevivientes permanecen aislados y abandonados en Bajo Pisagua, en las instalaciones de la Compañía Explotadora del Baker. La que iba a ser una prospera estancia ganadera, es un sitio donde casi un centenar de chilotes encontró la muerte. No llegan barcos, ni goletas que puedan sacarlos de ese infierno, ubicado entre el mar y la enrevesada selva húmeda, donde permanecen hasta que en octubre de 1906 llega un barco a rescatar a los pocos sobrevivientes. Desnutridos fantasmas sin dientes retornan a Chiloé, muchos mueren durante el viaje, otros alcanzan a llegar a morir en sus pueblos ubicados en la costa oriental de la isla grande. En Bajo Pisagua, en una pequeña isla, queda un cementerio, mudo testimonio de una tragedia. El misterio permanece en la Isla de los Muertos.

En la espesa selva austral, enmohecida de líquenes, entre las lianas de las enredaderas, y entre la espesura hermética de las plantas y helechos que crecen bajo los grandes árboles permanece este cementerio, un lugar enigmático, casi un centenar de tumbas hoy declaradas lugar patrimonial. Dicen algunos que es el cementerio de los obreros chilotes que fueron envenenados por la Compañía Explotadora del Baker para no cancelarles los salarios adeudados. Otros manifiestan que aquellos obreros murieron envenenados a causa de consumir alimentos contaminados con pesticidas de ovejas y corderos que en el barco se acumulaban en la misma bodega donde se transportaban los alimentos.

Hoy la Isla de los Muertos es Patrimonio Historico y un lugar de peregrinación turística a unos pocos kilómetros de Caleta Tortel, un pueblo de calles de madera, en las orillas del mar que es el único camino para viajar por la Patagonia Insular.

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