sábado, 23 de mayo de 2009

TERREMOTO DE 1960 EN CASTRO

Fue un claro y despejado día de mayo de 1960 que recuerdo verme abrazado a un enorme y frondoso palto, árbol que crecía tras la casa y parece esa vez sujetaba al mundo que comenzaba a hundirse. Estaba la abuela Carmen, anciana de unos ochenta años y prodigiosa memoria, sentada en el umbral, arrastrando su susto, perdiendo el equilibrio por ese tembladeral que amenazaba echar abajo la casa. Mi madre apresurada nos dejó a mi hermana y yo abrazados a ese árbol, isla de salvación, mientras corría con un balde a tirar agua para apagar la estufa y la calamidad de un incendio no apareciera a aumentar los daños de ese terremoto que destruía una enfiestada ciudad embanderada. Era domingo, 22 de mayo, mi madre en su desesperación olvidaba a su hijo recién nacido y salía de la casa empujando de un brazo a mi abuela Carmen para levantarla del umbral de la puerta y dejarla sentada bajo el cobijo del frondoso palto, y apurada volvía a entrar a la casa apartando la neblina del humo de la estufa que apurada había apagado regresaba a buscar a mi hermano menor recién nacido, cuatro días antes. Mi padre y mi hermano mayor andaban por donde los Raipillanes en un curanto, esos pantagruélicos hoy folclorizados curantos en hoyo. Mi padre conducía un viejo auto mercury del año 56, mi hermano mayor hasta el día de hoy recuerda que en la tierra enormes grietas se abrían y cerraban, mientras el auto avanzaba por un camino de ripio, y mi padre aceleraba impaciente y nervioso por llegar a casa, en cuyo frente existía un barranco, la bajada de Ramírez, barranco que se fue derrumbando con el sismo y la casa quedó equilibrándose, la mitad en el cerro y la otra mitad en el aire encima del barranco desmoronado.
Éramos cinco hermanos, los otros dos andaban por la calle jugando a manejar a toda velocidad una armazón de palos con ruedas hechas con latas de tapa de tarros, y alambres, que unían un manubrio de madera con el eje de las ruedas. Asustados por los truenos subterráneos, en el corredor de una casa se ocultaron del temblor que destruía la tierra, quedaron aplastados bajo una puerta de una pared derrumbada empujados por el miedo corrieron a sus casas.
Chile Tierra Maldita, tituló el periódico francés La Liberté, se creía que el sur de Chile había desaparecido destruido por el más violento terremoto hasta hoy acontecido en el mundo; y bajo el titular el periodista preguntaba ¿Los 50.000 habitantes del archipiélago de Chiloé podrán ser evacuados a tiempo? En todos quienes vivimos esa catástrofe permanece nítida en nuestros recuerdos alguna imagen de esos días aciagos cuando el terremoto más grande ocurrido en la historia de la humanidad destruyó la ciudad que habitábamos. Quienes eran jóvenes se recuerdan en el estadio jugando o presenciando el campeonato de fútbol de barrios, algunos dicen jugaban Unión Sernmart, equipo formado por jugadores de calles Serrano, Ramírez y San Martín, con Piloto Pardo, para otros el partido era entre Pedro Montt, la Puntachonos, con los Carreras; pero lo que nadie olvida es que se levantó una polvareda que pareció cubrir el pueblo, se hundió la techumbre del antiguo gimnasio, los motores generadores de la luz eléctrica, ubicados al lado del estadio, al final de calle Ramírez, corcovearon parecieron atorarse y dejaron de funcionar, se cayó la imagen de la virgen del cerro Millantuy, y se derrumbó el antiguo hospital. Sin vestirse, llevando en sus manos, zapatos, pantalón y camisa, asustados corrieron los jugadores de fútbol con los chuteadores puestos a ver que sucedía en sus casas y ansiosos por encontrar sanos y a salvo a sus familias.
Los paisajes cambiaron, parecíamos haber perdido toda esperanza, las alegrías de la celebración de las glorias navales fueron apagadas por la furia telúrica indescriptible. Las casas permanecían con sus banderas izadas. Esa tarde comenzaba el baile del último día de fiestas en la ramada ubicada donde hoy esta el bancoestado. A las tres de la tarde comenzó un incendio en calle Thompson, incendio que destruyó toda esa cuadra de casas. En la noche comenzó otro incendio en calle Blanco y avanzó destruyendo las casas y locales comerciales por Irarrazaval hasta llegar a Lillo, y dicen esa noche comenzó a llover, se terminó ese verano largo y seco del año sesenta, y llovió y tembló sin parar durante tres meses. La gente dormía en la plaza de armas donde levantaron mediaguas con latas y madera rescatada de las casas destruidas. Otros dormían en carpas de emergencia en la cancha del estadio. Los bomberos levantaron un cuartel improvisado a un costado de la plaza y estaban a cargo de una olla común. Ninguna clase de ayuda llegaba a Chiloé, todo era para Valdivia o Puerto Montt, este archipiélago no estaba en el mapa de los gobiernos; y hasta hoy esta catástrofe egoístamente se conoce como el Terremoto de Valdivia. En esos años está isla no existía, el primer avión de ayuda internacional fue un avión peruano, contaba Luis Olivares, que en ese año era estudiante del Liceo y fue llamado a integrar la Defensa Civil para ayudar a los carabineros en la vigilancia de la ciudad.

Después lentamente comenzó a secarse el mar, lentamente la bahía fue quedando desolada y seca, el mar se encogía, bajaba con una veloz corriente semejante a un río, y luego comenzó a subir. Era el maremoto, la gente arrancó para las calles de arriba, y el mar inundó la Puntachonos, la Pedro Montt, la calle Lillo, la Pedro Aguirre Cerda, el agua llegó hasta las ventanas de las casas, y en un mismo día hubo entre ocho y seis subidas de mar. La gente que por culpa del mar dejó sus casas se fue a acampar a la Plaza, al estadio o a la pampa del seguro, lugar donde hoy se ubica el Liceo. El terremoto había destruido el molo de atraque que no hacia más de ocho años que había sido construido, y el edificio municipal en calle Lillo durante años mostró en su frontis una enorme cicatriz, grieta provocada por el terremoto. El mar inundó la estación, las bodegas y el taller de la maestranza del ferrocarril que definitivamente nunca más viajó entre Castro y Ancud.
En las escuelas comenzamos a ver una fila de gente esperando durante horas la limosna de un abrigo, una falda, un vestón y pantalones, era la ropa terremoteada, y los alimentos que de caridad repartía Caritas Chile, la leche y la harina de la alianza para el progreso, los tarros de manteca, las latas de chancho chino, la mortadela, y los zapatos plásticos. Después del terremoto, en Chile supieron que existíamos, y comenzaron a construir caminos y la gente llegaba en buses a comprar las cosas importadas con las franquicias del Puerto Libre, calle Blanco se repletó de casas importadoras, llegaron los autos y la leña no se trajo en lanchas ni en carretas, ahora llegaba en camiones Mercedes Benz 1413, y en el patio de la casa se cortaba con una sierra a motor, y comenzó el naufragio de los barcos en los mares del olvido.

martes, 5 de mayo de 2009

CHILOTES EN LA PATAGONIA

En todas las crisis financieras quienes más resultan afectados son los obreros, y esta afirmación se demuestra con la actual ¿artificial? crisis de la industria salmonera quienes pagan y sufren sus consecuencias son los obreros y sus familias. El estado ha subsidiado a los empresarios y para el trabajador, algunas migajas de limosna. La caridad estatal la disfrazan con nombres políticamente correctos: Programas de inserción de empleos y otros nombres de irrealidad social. Esta depresión de los mercados hace creer que la civilización avanza en círculos y para fundamentar lo dicho me remoto a los años posteriores a la primera guerra mundial cuando la crisis de la industria ganadera ovina obligó a los dueños de las estancias, los frigoríficos, las empresas de navegación, astilleros y todas las industrias de la Patagonia a despedir obreros, y se produjo la huelga del frigorífico Bories donde es asesinado un dirigente. En protesta por la complicidad policial los obreros se toman el pueblo de Puerto Natales. La Braun y Blanchard manda a contratar nuevos trabajadores en Chiloé. En esos años como hoy los chilotes eran una mano de obra barata y desechable, sin protestar trabajaban jornadas de diez o más horas, no existía el ahorro previsional, ni condiciones de seguridad laboral, menos el derecho a ser indemnizados por accidentes laborales. Trabajabas para ganar un jornal, dinero que después enviabas a la familia.
A principios del siglo veinte la isla grande y su archipiélago era regido por una medieval economía de trueque. Intercambio de productos del mar, del bosque y de las siembras por mercaderías en el comercio de las dos pueblos mas importantes. Una economía que daba a Chiloé un orden colonial y una división de castas que perduraba desde el tiempo de los encomenderos. El comerciante abusaba del indio chilote pagando por un centenar de tablas de alerce algunos kilos de harina y un poco de azúcar. No existía moneda, ni industrias donde trabajar por dinero. Eran unos pocos no chilotes quienes al igual que hoy se beneficiaban de tener el poder económico y político que les daba el ser agentes de las empresas dueñas de la Patagonia.

Dicen orgullosamente que el pueblo de Quellón nació a consecuencias del Destilatorio que era la única industria en el Chiloé de las primeras décadas del siglo pasado pero se ignora que esa industria cancelaba el sueldo de los obreros con fichas cambiables por mercaderías en el almacén de su propiedad. Era un aberrante sistema de explotación, que podemos asemejar al dinero plástico cuando el obrero trabajaba gratis por haber endeudado su sueldo en un almacén que cobraba el doble o el triple del precio normal de los productos que vendía. Este sistema de explotación, los ingleses dueños del capital, primero lo instalaron en las salitreras, en las estancias patagónicas después, y en todos los lugares adonde llegaban a explotar recursos naturales aparecían sus “pulperías”. En el Baker Lucas Bridges quiso instalar una estancia para dar salida a los productos que producían sus establecimientos, Lago Posadas y Ghío, del otro lado de la cordillera, muy lejos del Atlántico. En el estuario del Baker, en la isla de los muertos, hoy quedan casi un centenar de tumbas sin nombres. Obreros chilotes fallecidos por no se sabe que aterrador misterio. A ellos se les cancelaba con fichas de cinco centavos o diez pesos de la época.
A todos esos lugares, las salitreras, las estancias de Magallanes, Tierra del Fuego, Argentina, al Baker viajaban los chilotes enganchados por los agentes de las empresas. Cuando se quiso instalar el agua potable y alcantarillado en la ciudad de Punta Arenas las autoridades municipales contrataron y financiaron un enganchador de obreros que fue enviado a Chiloé a buscar trabajadores. En los tiempos de viajar a la Patagonia entre septiembre y noviembre de cada año en Castro se embarcaban más de mil quinientos chilotes, casi un diez por ciento de la población total del archipiélago. Muchos de ellos no regresaban y en los años de crisis al finalizar la Gran Guerra Europea se quedaron vagabundeando por las estancias de la Patagonia.
En Chiloé, una isla sin industrias, era tan grande la cesantía que el gobierno de esos años se vio obligado a prometer soluciones, que miradas con la distancia del tiempo contienen muchas semejanzas demagógicas con las soluciones que ofrece el actual gobierno para los trabajadores en la actual crisis del capital financiero. El gobierno de Arturo Alessandri ofreció iniciar los trabajos de construcción de escuelas y caminos en la isla, nunca se realizaron. Las empresas del estado publicaban avisos en los periódicos de Chiloé ofreciendo trabajo en las selvas valdivianas, a los chilotes se le contrataría para hacer durmientes de coigüe pellín para el ferrocarril, se prometía una yunta de bueyes para dejar los durmientes al pie de la montaña. En Quellón el destitalatorio necesitaba hacheros pagaba seis pesos el metro ruma puesto en la montaña, no se decía que pagaban con fichas, con valor solo en el almacén de la empresa. También los periódicos publicaban que se necesitaban obreros para mejorar la senda que unía Puerto Aysén con el límite argentino, había que enviar a Puerto Montt antecedentes escritos. Una burla en esos años de altos índices de analfabetismo.
Durante la huelga en los frigoríficos la Braun y Blanchard contrató obreros en Chiloé y el gobierno mandó a los marineros de uno de sus buques de guerra para junto a los chilotes cargar la mercadería que se encontraba en el muelle de Puerto Natales; a los chilotes que nunca supieron iban a ser rompehuelgas, krumiros, carneros, en el lenguaje sindical de la época, se les hizo firmar en Castro un contrato en libras esterlinas. Contrato que nunca se cumplió.
El chilote sin educación formal, casi analfabeto, ciegamente buscaba trabajo sin saber de derechos laborales ni solidaridad sindical. Eso lo fue marcando, y fue la base de la discriminación. Pero aquellos obreros que ingresaban a los sindicatos, y se educaban en sus escuelas, terminaban siendo dirigentes de una conciencia social inclaudicable. No se debe olvidar que la primera Federación Obrera de Chile fue la Federación Obrera de Magallanes, que en su gran mayoría integraban chilotes, y Recabarren toma como ejemplo en sus discursos y artículos. Durante la gran crisis económica posterior a la gran guerra los estancieros argentinos cansados de las federaciones obreras y de que tanto indio chilote anduviera mendigando trabajo por sus estancias, provocando daños en los cercos y majadas, mandaron buscar al ejercito argentino para les solucionara el problema. Simplemente los fusilaron.

Los buques ya no llevaban trabajadores a la esquila en la Patagonia, y en Chiloé se sobrevivía de miserias los bisabuelos de nuestros hijos recordaban una gran hambruna en esos años. Mi madre de ochenta y tres años recuerda que sus padres contaban que en esa época de escasez comían hasta la raspadura de papa. Espero que con la actual crisis los obreros no lleguen al extremo de satisfacer su hambre con comida para cerdos en este país dividido entre quienes se aprovechan de las desigualdades de un sistema económico que entrega a los trabajadores migajas de una prosperidad y crecimiento cacareado con fanfarrias de oportunismo político en un Chile que por causa de las leyes laborales concertacionistas, que favorecen a los empresarios y desprotege los derechos laborales de los trabajadores, ha vuelto a ser un subdesarrollado país de inquilinos y patrones.